El monólogo interior es una técnica literaria  que  reproduce en primera persona los pensamientos de un personaje tal y como fluyen de su mente. Escritores como  Virginia Wolf o James Joyce  empezaron a  utilizar esta técnica novedosa en el siglo XX. Las ideas de los personajes brotan tal y como están en su conciencia, es decir de manera desordenada y confusa, mostrando así imágenes, ideas y sentimientos sin ningún orden lógico. El monólogo interior  refleja así el pensamiento del personaje de manera natural y caótica, con saltos de unas ideas a otras, repeticiones y mezclando ideas según salen de la conciencia del personaje.

Este tipo de discurso narrativo necesita un lector activo y cómplice que se deje llevar por los pensamientos que van aflorando de la conciencia del personaje; un lector  que pueda ir montando esta especie de puzle desordenado y caótico de idas y venidas de reflexiones, recuerdos, ideas, sentimientos y sensaciones del personaje-narrador. Como el pensamiento fluye antes de ordenarse las frase, la narración suele tener caos sintáctico, repeticiones y existe una pérdida o alteración del  espacio y el  tiempo que se desdibuja hasta llegar a perderse a lo largo del monólogo. Os dejo varios  ejemplos de monólogo interior:

Fragmento de Las olas de Virginia Woolf

“Cuán extraño es sentir cómo el hilo que de nosotros surge se adelgaza y avanza cruzando los nebulosos espacios del mundo que entre nosotros media. Se ha ido. Aquí estoy, en pie, con su poema en la mano. Entre él y yo media el hilo. Pero ahora, qué agradable es, cuánta confianza infunde, saber que la ajena presencia ha desaparecido, que la escrutadora mirada se ha apagado, ha sido cubierta por una capucha…Con qué satisfacción cierro las ventanas y me niego a recibir otras presencias. Con qué satisfacción advierto que, de los oscuros rincones en que se refugiaron, vuelven esos desastrados huéspedes, esos parientes, a los que él con su superior poder obligó a ocultarse. Los burlones y observadores espíritus que, incluso en la crisis y la vacilación del momento, se mantuvieron vigilantes, vuelven ahora en rebaño al hogar. Con su ayuda soy Bernard, soy Byron, soy esto y lo otro. Como en anteriores tiempos oscurecen el aire y me enriquecen con sus bufonadas y sus comentarios, nublando la hermosa sencillez de mi momento de emoción. Sí, puesto que yo soy más yos de lo que Neville cree. No somos tan simples como nuestros amigos quisieran para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, el amor es simple. (…)”

 

Fragmento de  Cinco horas con Mario de Miguel Delibes

“De acuerdo, el señorío no se improvisa, se nace o no se nace, es una de esas cosas que da la cuna, aunque bien mirado, la educación, el trato, también puede hacer milagros, que ahí tienes, sin ir más lejos, el caso de Paquito Álvarez, un artesano cabal, no vamos a decir ahora, que de chico trabucaba las palabras que era una juerga, bueno, pues le ves hoy y otro hombre, qué aplomo, qué modales, yo no sé qué maña se ha dado, pero los hombres es una suerte, como yo digo, si a los veinte años no estáis bien, no tenéis más que esperar otros veinte. Y, luego, esos ojos. Hay que reconocer que Paco siempre les tuvo ideales, de un azul verdoso, entre de gato y agua de piscina, pero ahora como ha encorpado y tiene más representación, mira de otra manera, como con más intención, no sé si me explico, y, además, como no se apura al hablar, que habla sólo lo justo y a medio tono, con ese olor a tabaco rubio, que es un olor, que a mí me chifla, resulta, es uno de esos hombres que te azaran, fíjate, quién se lo iba a decir a él. Yo daría lo que fuese porque tú fumases rubio, Mario, que te parecerá una tontería, o por lo menos emboquillado, hace otra cosa, y no ese tabaco tuyo, hijo, que ya no se ve por el mundo, nunca he podido con él, que cada vez que en una reunión te pones a liar uno, me enfermo, como lo oyes, que luego ese olor, a pajas o qué sé yo, a saber qué gusto puedes sacarle a esa bazofia, que si siquiera fuese elegante o así, vaya, pero liar un cigarro, lo que se dice liarlo, ya no se ve más que a los patanes, ni los hijos de las porteras, si me apuras, que te queman la ropa y te pones hecho un asco, como yo digo. Claro que dirás tú que a ti la ropa qué, que ésa es otra, que nunca te dio por ahí, que me has hecho pasar unos apuros que ni imaginas, hijo, siempre hecho un Adán, que yo no sé qué arte te das que a los dos días de estrenar un traje ya está para la basura, que ni sé cómo me enamoré de ti, francamente, que el traje marrón aquel, el de las rayitas, me horrorizaba, que yo me hacía ilusiones de cambiarte, pero ya, ya, genio y figura, a esa edad ya se sabe, romanticismo pero ni tanto ni tan calvo, Mario, calamidad, que bien poca suerte he tenido contigo en este aspecto, que me has hecho sufrir más que otro poco.”